9 de abril de 2011

Fútbol para el pueblo, pero sin el pueblo

Álvaro Llorca | Madrid
  • Los aficionados intentan hacerse notar por su pérdida de peso en los clubes
  • En Inglaterra quieren la vuelta a las localidades de a pie en los estadios
  • En el negocio del fútbol se observa el fenómeno social de la gentrificación
Hubo un tiempo en que los estadios de fútbol se alzaban justo en mitad de un conglomerado de casas bajas, como un preciado tesoro en el interior de un laberinto de ladrillo y viviendas unifamiliares. Esta configuración representaba nítidamente una firme identificación entre las diferentes barriadas y sus clubes, tal y como se refleja en múltiples historias de este deporte.
Ahora, esa identificación ha saltado por los aires, según algunos informes, como ‘El fútbol y sus comunidades’, que vio la luz hace tiempo en Inglaterra. “Nuestro estudio revela que los estadios ya no tienden a ubicarse en las áreas en las que viven la mayoría de seguidores de un equipo, y que la gente que ahora vive en sus alrededores no suele acudir regularmente”, se lee.
Un vistazo al graderío también muestra ciertas transformaciones, como ya expresó en su día el ex futbolista Roy Keane, fiel a sus abruptas formas, al afirmar que ciertos aficionados de Old Trafford estaban más pendientes de comer sándwiches de gambas que de lo que se dirimía sobre el césped. A lo que añadió: “No creo que esta gente sepa deletrear la palabra fútbol, y mucho menos comprenderlo”. Es, al fin y al cabo, otra forma de referirse a cómo el consumo del fútbol ha cambiado de forma sustancial en los tiempos recientes.
Podría decirse que la mayoría de estos cambios comenzaron a asomar hacia 1989 con motivo de la tragedia de Hillsborough, donde una concatenación de hechos lamentables acabó con la vida de 96 espectadores del Liverpool. En aquel momento, el espectáculo del fútbol se arrastraba y había terminado por convertirse en un sumidero de conductas violentas. Para acabar con tal despropósito se dictaron algunas leyes, como el informe Taylor, destinado a proporcionar mayor seguridad a los aficionados.
Por aquella misma época, concretamente en 1992, se fundó en Inglaterra la Premier League, un artefacto que anticipó los modernos sistemas de competición que, en mayor o menor medida, y con ciertas variantes, se han replicado por Europa.

Con el paso del tiempo, y una vez que la peligrosidad parece haberse disipado de las gradas, se ha extendido una corriente que cuestiona los verdaderos objetivos de las reformas que se introdujeron entonces y que terminaron por modelar esa nueva cultura en las gradas. Una buena síntesis de estas posturas es la que ofrece el liberal demócrata Don Foster, un político británico comprometido con la causa del fútbol: “Los verdaderos aficionados han salido perdiendo en los últimos años”, ha asegurado. Sobre todo, si tenemos en cuenta la pantanosa situación económica que atraviesan muchos clubes, el incremento de las diferencias entre los pobres y los ricos en el fútbol, el coste desorbitado que han alcanzado las entradas, y tantos otros factores.
“La aproximación inglesa tradicional para erradicar el problema del hooliganismo ha estado fundamentalmente enfocada hacia la mejora del control de la multitud y de la infraestructura de los estadios, que era algo crucial, pero que también ha tenido ciertos efectos colaterales. Por ejemplo, y no es sólo la especulación de un grupo reducido de gente, durante la última década, y acompañado por la creciente explotación comercial del juego, los clubes y los órganos que gobiernan el fútbol en Inglaterra han concentrado sus esfuerzos más y más en atraer a la clase más pudiente de público, algo que ha dejado fuera a un buen número de espectadores”, nos explica Daniela Wurbs, coordinadora de la Asociación de Aficionados Europeos (FSE).

“El precio de las entradas está por las nubes, la hora y el día de los partidos cambia constantemente por la influencia de las cadenas de televisión... La Premier League y la Federación inglesa han olvidado su responsabilidad a la hora de garantizar la posibilidad de que todas las clases sociales puedan seguir el juego en la cancha, y no solamente por televisión”, nos dice, por su parte, Steven Powell, director de la política de la Federación de Fútbol de Inglaterra y Gales (FSF). “La formación de la Premier League fue, supuestamente, un proyecto para mejorar el nivel técnico y táctico de la selección nacional inglesa. Pero lo cierto es que su creación ha aumentado la concentración de la riqueza en manos de los clubes más grandes”, añade.
Lo que ha ocurrido en los estadios de fútbol encuentra ciertas similitudes con un proceso social que se llama gentrificación. Este término se atribuye a la socióloga Ruth Glass, quien escribía: "Uno a uno, muchos de los barrios obreros de Londres han sido invadidos por las clases medias. Míseros y modestos pasajes han sido adquiridos y se han convertido en residencias elegantes y caras”. Este proceso supone un cambio importante en el paisaje social, obliga a un buen número de desplazamientos y encuentra implicaciones económicas evidentes, ya que alfombra la explotación comercial.

Ricardo Duque, sociólogo de la Universidad de Sevilla que ha realizado su tesis sobre el tema, advierte de la extensión del término gentrificación a fenómenos de todo tipo. Aunque en el caso del fútbol aprecia cierta analogía entre la transformación urbana y el proceso que se ha vivido en el deporte contemporáneo, como la paradoja de que la mejora en algunos aspectos (seguridad o comodidad) ha acabado generando el desplazamiento de los teóricos beneficiarios del cambio. Del mismo modo, la gentrificación tiene damnificados, pero se silencia o relativiza su pérdida en aras de un ‘bien mayor’. En el caso de las ciudades, ese bien mayor es pomposamente definido como renacimiento urbano, regeneración urbana... En el caso del fútbol, la seguridad cumple con el papel de pretexto.

Es por ello que las voces más críticas se han materializado en algunas acciones, como el enérgico movimientoexigió que los estadios se cubrieran de butacas para que todas las localidades fueran de asiento. Quienes apelan al regreso de las localidades de a pie persiguen, fundamentalmente, un par de objetivos: la recuperación del añejo ambiente que se vivía en las gradas y el abaratamiento del precio de las entradas a los estadios. Todo ello porque, desde su punto de vista, la seguridad ya está más que garantizada y es casi imposible que vuelva a producirse un desastre como el de Hillsborough, como se ha demostrado en Alemania, donde los aficionados pueden elegir de qué manera quieren seguir el partido. que se ha alzado en Inglaterra para conseguir la vuelta de las localidades de a pie en los estadios. Y es que el famoso informe Taylor, en aras de la seguridad,

Pero hay más. “Hay muchas iniciativas de aficionados en Europa con la intención de prevenir la explotación comercial completa de este deporte y de preservar el fútbol como un acontecimiento sociocultural. Por ejemplo, las campañas para que la hora de los partidos sean más favorables, unos precios en las entradas que sean socialmente inclusivos, contratos responsables con los patrocinadores, la preservación de modelos de propiedad de los clubes en manos de los aficionados...”, enumera Daniela Wurbs.
El espejo en el que se miran los aficionados descontentos es la Bundesliga, donde “el aficionado es el rey”, según reza el vigoroso arranque de un artículo publicado en The Observer, que recoge muy bien las peculiaridades que explican el atractivo del enfoque germano. En sus líneas se habla, por ejemplo, de la norma del 50+1, que establece que los miembros (o socios) de un club deben tener mínimo el 51% de propiedad del mismo, previniendo así que la aparición de salvíficos magnates que finalmente acaban estrellados y arrastrando a sus equipos. Medidas de este tipo explican que la Bundesliga sea la más saneada y la que más aficionados congrega en sus estadios. Y, eso, a pesar de la merma competitiva que comportan tales medidas.

Estas reivindicaciones denotan cierta nostalgia hacia la atmósfera tórrida y cercana de la que se ha nutrido el fútbol tradicionalmente, pero también reflejan el modo en que el aficionado se ha convertido en un personaje residual en el engranaje del fútbol, alejado de la toma de decisiones. Y también puede observarse como un intento de racionalizar la espiral en la que se mueven muchos clubes, pues, como reconoce Steven Powell, “nunca antes hubo tanto dinero en el fútbol, y tampoco hubo tantas amenazas de quiebra”.



Extraído de: http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2011/04/08/futbol/1302257923.html